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miércoles, 30 de junio de 2010

Con paraguas alemán y tono de Podestá

Verán, vivo en el tejado,
de un edificio, en el que el 10,
se instaló un inquilino,
con paraguas alemán
y tono de Podestá.

Cada tarde, nuestro varón, puntual,
a las cinco, interpreta
una aria distinta.
Y cada domingo, un tango de Eladia.

Y no sé su nombre
ni su profesión.
Ya se lo dije al gato
(cuando está enseñando a volar a la gaviota
y se pone nervioso, y me acribilla a preguntas).
Pero, chico, le dije,
deberías haber escuchado ayer
Nessum Dorma.
Con escalas de Rivero y nostalgias de Poveda.

Justo, le estuve escuchando,
naciendo,
en mi habitación,
justo entre la chimenea
y la parabólica de la TDT.

Anteayer, me pilló en la cocina,
la que comparto con Renée, la gaviota,
que curiosamente no para de leer
no sé qué historias de un erizo.

Acabábamos de saludar a la avioneta roja,
que siempre pasa
con cinco minutos de antelación,
para buscar
no sé qué planeta y agua y maíz.

Y siempre cinco minutos tarde,
vemos que encienden el faro,
que da luz, sí,
pero yo diría que parecen llamas.
Llamas que parecen huir del presente,
nunca del pasado.
Con las agujas algo desmagnetizadas.
Nunca encuentran,
porque no tienen ni puñetera idea
de qué están buscando.

La semana pasada
pasaron cerca caminos de olvido
y tierra en los ojos,
De vidas desplazadas, paralizadas.
Hambre, horror, cristales rotos.
Éxodos y minas que te obligan a pensar
"esto es un sueño que pasa".

Por suerte,
son las cinco.
Por suerte,
siempre hay un refugio.
Para nosotros.
Pero,
¿y para ellos?
¿y para ellos?