Desde que Filmin la incorporó a su catálogo, Doctor en Alaska (Northern Exposure en inglés) ha hecho muy feliz a mucha gente sobre todo de mi generación y también a otras. Padres que la ven con sus hijos. Esta serie es de esas ficciones audiovisuales que acercan generaciones, familias y amistades. De lo que se trata es de celebrar la nostalgia bien entendida. No la que nos lleva a volver a tiempos pasados mejores que nunca existieron más que en nuestra frustración diaria por tanta pregunta sin respuesta, por tanta realidad que nos atropella sin avisar con el claxon antes, ni que sea por cortesía. La nostalgia buena. La que nos hace felices. Como esa manta que te echas, o te echan, por encima, mientras te tumbas en el sofá, con un colacao o un chocolate caliente, para disfrutar aún más de la ficción televisiva.
Otro día hablaremos de la felicidad
que también nos regala el cine en unas salas cada vez más vacías.
Hoy quiero hablarte de celebrar el pasado. Porque no se trata de volver a él. No queremos entrar en Cube y que resulte que ni siquiera lo protagonizamos. Convendremos en que ver Doctor en Alaska no es precisamente ir hacia adelante. Pero desde luego tampoco es ir hacia atrás.
Partimos de que lo progresista siempre es lo nuevo, los cambios. No hay nada que podamos objetar cuando alguien nos atiza con la pieza de ajedrez definitiva, la que siempre acaba soltándote un jaque mate en un abrir y cerrar de ojos: caminar hacia adelante. Es decir, es imposible escapar a la hostia con las vueltas que te da alguien cuando azuza la modernidad, sin caer en la ciénaga de los muertos y que te tenga que salvar Gollum. Es un laberinto sin salida, como el del hotel Overlook. Je. Jeje. Esta intertextualidad es muy fácil. Tenéis que haberla pillado.
Nadie quiere ser un antiguo, un rancio; nadie quiere contar
batallitas ni agarrarse a la barandilla carcomida del pasado como lugar de
destino. El monstruo de la nostalgia es ese bicho de muchas patas, una tela de
araña que todo lo infecta, como hace cualquier enfermedad.
Sin embargo, abrazar el pasado a través de la cultura y el
arte es, como las referencias, la luz a la que Carol Anne de Poltergeist
debía dirigirse para escapar de los fantasmas. Y como todo el arte, la ficción
audiovisual, especialmente la del pasado, es la risa a la que aludía Umberto Eco
en su templo cinematográfico, El nombre de la rosa. Ya sabéis: la risa
mata el miedo.
Además de las series y las películas, los libros, esos
discos míticos de hace 30 años, visitar pueblos medievales, todo es un canto a
la nostalgia. Y no por celebrarla en estos términos andamos hacia atrás de tal
forma que acabaríamos viviendo en un pueblo pequeño y votando a Vox.
Pues con la tilde del adverbio sólo ocurre lo mismo.
Una última cosa antes de irme: ¡Viva la tilde del sólo! ¡Viva Doctor en Alaska! Y ¡viva ¿Qué fue de Baby Jane!