«Plancton» significa a la deriva, errante. Viene del griego,
como casi todo. Este conjunto de organismos es responsable de producir más de
la mitad del oxígeno del planeta. Y, además, son seres acuáticos que secuestran
millones de toneladas métricas de CO2, mientras se dejan llevar por las
corrientes, como vagabundos del mar.
Muchas veces no sé cómo decir lo que quiero decir. Nunca lo
he sabido. Y seguramente nunca lo sabré. Pero quiero traducir parte. Quiero y
no quiero ser Rita. Y por eso leo. No leo lo que debería leer, casi siempre descifro lo que me sorprende, lo que me muestra lugares nuevos que desconocía. A saber,
diccionarios y columnas de opinión. Libros también, claro, novelas de ciencia
ficción. Ellas me llevan a otros mundos. Pero sin ancla, la tormenta se lleva
este barquito a remos.
Desde 2010 iba a la biblioteca en mis horas libres. Cada
día. Antes de matricularme para entrar en la universidad. Era Rita, de Educando
a Rita. Antes de Rita era Susan, claro. Susan White. Los nombres. Siempre los
nombres. Úrsula K. Le Guin lo sabía y me lo regaló. Encima de la mesa, cada día buscaba a mi
Frank Bryant.
Pero no. Hubo un antes mucho antes de eso. Empecé a ser
Eliza Doolittle. Fui tripulante de mi propio batiscafo, exploradora de palabras
en las columnas de opinión. Recuerdo estar hambrienta. No de conocimientos, que
también. Me moría de hambre de palabras nuevas. Necesitaba llenar mi casillero
mental. Agua, comida y palabras. No recuerdo cuándo empecé a ser un náufrago. Sólo
sé que sigo siéndolo. No creo que deje nunca de nadar en el océano. Soy una
yonqui del lenguaje, de sus piruetas, de sus imágenes. Sin mi dosis, agonizo. Wilson. Quédate.
Ya. Suena muy tremendo todo, ¿verdad? Es más sencillo que
todo esto. Simplemente, busco, busco y busco. Escribo como coartada, pero busco
tesoros. Me paso la vida buscando tesoros, armas, herramientas, mis gafas de
lejos. ¿Para qué? Pues no sabría decir. Supongo que para ser Rita. Quiero
querer seguir aprendiendo. Descubrir cada día mundos nuevos, apartar velos y
cortinas. Mirar por la ventana. Nombrar lo que no sé nombrar para explicar lo
que no sé explicar. Quizá para defenderme. Quizá para atacar. Quizá para herir.
Quizá para curar. No, curar, no. Estoy harta de curar. Quiero ser Louise Banks.
Y tampoco se trata de saber por saber, por demostrarles algo
a los demás. Tampoco se trata de presumir. Es pura y simple supervivencia. No, tampoco es
eso. Se trata de abastecerme. De aprovisionarme. Tengo sed y simplemente bebo
agua. Y cuanto más bebo, más sed tengo. Diccionarios. Sí. Me avergüenza
reconocerlo, aunque tampoco sé qué habría de malo en buscar la felicidad en el
lenguaje y sus misterios. Me pasaba horas buscando palabras escondidas. Y mucho antes, en columnas de opinión.
Luego empecé la universidad. Sorprendentemente, aprobé los exámenes de acceso. A mi edad.
Aprendo cosas a diario. Y he vuelto a mi primer amor, las
columnas de opinión. Hay algo ahí que me llama desde el fondo del océano. Algo
que me saca a la superficie y me lleva a flotar, a dejarme llevar por las
corrientes marinas. Bioluminiscencia. Vida y luz. Vocablos,
voz, promesa, ofrecimiento. Lengua.
Besar es inventar un idioma. Aprenderlo. Ofrecerlo. Es un arma.
Verbos y adjetivos me ayudan a flotar y al mismo tiempo
a llegar a tierra firme. Viernes son las palabras que me reinventan cada día.
Viernes son mis asideros. Leo, releo, subrayo. Guardo letras ordenadas en miles
de combinaciones, colocadas en cajitas preciosas que a veces recuerdo y a veces no. Pero
están ahí. Hablando por mí cuando yo no encuentro la forma de explicar qué
quiero.
Recuerdo estar hambrienta de palabras y combinaciones. No
creo que nunca deje de estarlo. No creo que sea un camino de baldosas amarillas.
Tengo sed. Simplemente bebo agua para poder comunicarme con los heptápodos.
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