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domingo, 16 de agosto de 2020

John McClane se acaba de cargar la ventana

Jungla de cristal (“Die hard”, 1988) | Kinefilia


Escúchame una cosa.

No me debes nada. ¿Me oyes? Nada.

Desde que no te conozco me lo has dado todo.


Y desde que te conocí, estás llamando a la puerta.

Y tirando la silla contra la ventana. La que has liado, amor.

 

Fui jungla de cristal en tu Nostromo.

Pero pensé que era Louis Banks.

Ojo, que lo soy. Pero tú, también.

 

Y ahora recuerdo mi nombre. Gavilán.

Y tú quizás seas Ged o Ursula. Qué se yo.

Lo que sí sé es que eres mío. ¿Me oyes?

Eres de mis manos. Tu pecho, mi tejado.

Paraguas en este aguacerito intermitente.

 

Como cuando, al despertar, en Banyoles,

la radio lloraba por Benedetti.

Y yo lloré por todo lo que no era. 

Y lloré porque estaba alguien que se parecía a mí

Pero no era yo. Era vagabundo de las estrellas.

 

Tanto aguacero, tanto ir y volver. Grúa de coche.

Las señales que no quiero hacer caso apuntaban a Madrid.

Está bien, Dije. Vale, pero no estoy, dije. Era libro sin coser.

Pero no querías escucharme. O sí, yo que sé ya.

Eres mío porque creo que te soñé. Y soñé que me soñabas.

Eres mío porque, joder, menuda paciencia.

Nunca te conté que guardé el muñeco de nieve.

En la nevera. O en este horizonte de sucesos.

 

O yo qué sé, igual es átomo y electrón. O espín. O Espinete.

Me subí a una bici y me caí de lleno en las ortigas.

Me volví a subir. Y me volví a caer. Puto sol, como deslumbra.

 

Qué boquita tienes, tía. Te ríes por debajo de la mascarilla.

En el año del fin del mundo, eres mío. No te pienso compartir.

¿Me oyes? Huellas. Pasos que dejan cadáveres a su paso.

Perdonadnos.  Los besos, los abrazos, mi mano en tu mejilla.

 

Solo te pido que no me sueltes. He caído demasiadas veces.

Me he roto las piernas demasiadas veces.

No me sueltes, amor. Y córtame el paso si ves que dudo.

Agárrame de la solapa y dime Mira, te comento.

 

Apuntala. Llama. Escribe. Antes de la séptima plaga.

Antes del meteorito final y definitivo. Dibújame ese árbol.

Constrúyeme ese columpio en casa. Planta una mimosa.

Y la veremos crecer. ¿Tienes helio para el globo?

 

Que nos perdonen los que siguen buscando. Apartando cenizas.

Pido perdón a los muertos en vida. Fui de los vuestros.

Pero eso se acabó. Yo ya te encontré sin encontrarte.

Mis pesadillas ahora son las tuyas. Mis gritos, tuyos.

Mi locura llena de recuerdos y de viajes en el tiempo, tuya.

 

 

Sé que no supe verte entre la niebla. Sí, pero no. Al final, no.

Te confundí. Me confundiste. Saltaron los plomos, ya sabes.

Te vi y te eché. Te empujé y empujé. Te cerré la puerta.

 

La abrí. Me subí a un barco. Y al naufragar en tu isla, te volví a echar.

Y te volví a echar. De menos. Y volví a buscarte. Y, de nuevo, portazo.

Eres mío porque nunca te rendiste. Soñaste que bailábamos en el salón.

Y esperaste. Te rendiste, a veces. Me diste la excusa perfecta.

 

Pero seguiste enviando sondas al espacio. Cada día.

A ver si encontrabas a alguien de tu planeta.

Ven, amor. No me debes nada. Solo un primer abrazo.

Ese edén prometido. Ese viaje en avioneta roja.

 

Somos el chiste final de dios

 en el peor año de la vida de la humanidad.

Somos un hombre y una mujer que hablan el mismo idioma.

 

Quiero mi camiseta. Tu rosa. La risa que te debo. Quiero tu oscuridad.

Tu luz, el tiempo en tus ojos. Tus regreso al futuro, tus “Lo sé” de Han Solo.

Quiero llorar de tu mano con ese astronauta de Damien Rice.

No me sueltes. Da vértigo todo esto. Estoy acojonada. Lo confieso.

 

De repente ya no sé escribir poemas cortos,

ni canciones  que no sean para ti. Canta conmigo, anda.

Llévame a ver esos planetas prometidos. Enciende la radio.

 

No entiendo muy bien cómo hemos llegado aquí.

¿Tú lo entiendes? Está bien. Escucha. Me rindo. 42. ¿Vale? 42.

Llaman a la puerta. Abre. No tardes. Se acerca el fin del mundo.

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