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jueves, 16 de mayo de 2019

Carta abierta de una feminazi


A las mujeres nos han enseñado desde pequeñas que para tener la fiesta en paz (con los hombres) tenemos que ceder. Siempre. Y callarnos. Siempre. Nuestras opiniones importan pero menos. Nuestros deseos no importan. Y lo que nos gusta hacer no importa una mierda.

Y así le va a este puto mundo. Que los hombres gilipollas (es decir, los machistas, los que deberían seguir viviendo en una cueva) se creen mejores que las mujeres. ¿Por qué? Porque desde pequeños, sus padres, sus profes, la Iglesia, La monarquía, los políticos, la publicidad, el cine y los libros les han dicho que esto es así. Solo importa lo que quiere el hombre. Las mujeres son un objeto decorativo. Unos agujeros.

¿Os molesta este lenguaje? A nosotros nos molesta que nos maten, nos agredan y nos violen cada día, a cada hora en todos los países del mundo. Tengamos 80 años o 4.

Esta sociedad patriarcal ha creado el monstruo de la cultura de la violación. Ha dicho: a por ellas.
Y los jueces, hombres en su mayor parte, han repetido: a por ellas, que son unas mentirosas.
Y la Iglesia lleva siglos diciendo: a por ellas que son el demonio y que todo lo que hagan los hombres no es culpa suya. Es todo culpa de la mujer.
Y claro, con este panorama, ¿a alguien le extraña tanta violación y terrorismo machista?

Y las que hemos conseguido no ser violadas por extraños, o al menos, no tenemos la sensación de haberlo sido (porque la cultura de la violación nos ha convencido de que tu novio/marido no te puede violar y luego resulta que sí pero mejor le llamamos “ceder para que nos deje en paz el pesado”) nos han arrebatado la igualdad, el respeto, los derechos. 

Pero el patriarcado es tan listo que nos ha hecho creer que somos nosotras las que hemos elegido ceder siempre nosotras, dejar de lado siempre nuestras cosas/ideas/gustos/deseos. Porque a nosotras también nos habían convencido de que valemos menos que los hombres.

¿Qué mujer no ha pensado alguna vez “da igual, mejor escuchamos la música que le gusta a él SIEMPRE?
“Da igual, mejor ponemos el podcast que le gusta a él SIEMPRE”
“Da igual, mejor vemos la serie que le gusta a él SIEMPRE”
"No importa, ya veré lo que me gusta a mí cuando esté yo sola. No importa, mis cosas no importan.
Qué más da que a mí me encante Ter? Si a él no le gusta, escuchemos lo de él SIEMPRE".

Veis el patrón, ¿verdad? ¿Os sentís identificadas? Yo he hecho esto toda mi vida.
¿Y por qué no importa lo nuestro y lo suyo sí? ¿POR QUÉ?
Porque el mundo os ha dicho que calladitas estamos más guapas y que, si no, ningún hombre nos querrá. Debemos ser femeninas de esas del franquismo. De esas.

¿Y sabéis que ocurre? Que cada vez que cedemos, nos hacemos cada día un poquito más pequeñas.
Y llega el día en que desaparemos. Y nos miramos al espejo y no nos reconocemos. Nos han robado el nombre. Nos han convertido en criadas. Sumisas criadas que solo servimos para dar placer. Y que tenemos que ir a la peluquería cada día porque la naturalidad se penaliza si eres mujer. Y las canas, te hacen VI-E-JA solo si eres mujer.

Lo bueno de todo esto, es que un día, cuando tienes 25, 35 o 40 años, despiertas de esa pesadilla, te miras al espejo y de repente te das cuenta de que tú no eres la criada de nadie. Que tienes derecho a desear, a disentir, a decir que NO, a ser libre, a ser igual que los hombres.
Que tus ideas valen lo mismo que las de ellos. Que no eres inferior a ningún hombre.
Y ahí ya no hay vuelta atrás. 

Te has quitado la mierda del patriarcado de encima como si fuera una pierna enyesada que te habías partido y ahora te quitas el yeso. Y te sientes ligera. Y feliz.
Porque por fin eres tú misma. Y te la suda si a alguien no le gusta cómo vas o lo que dices. Porque por fin te gustas a ti. Y de repente te encantan tus canas y tus arruguitas de los ojos de tanto sonreír y reír con tus amigas a las que has dejado de considerar enemigas (el patriarcado, de nuevo). Y luchas contra esa mierda de que los pelos en las mujeres son inaceptables, pero ay, qué adorables los hombres peludos.

Y gracias a la sororidad aprendes a quererte como eres, a sentir que no eres menos que ningún hombre, a luchar contra la obsesión impuesta por depilarte cada día, por teñirte, por ser femenina según un modelo QUE NO EXISTE impuesto por hombres que ODIAN a las mujeres. 

Y ese día, los gilipollas empiezan a llamarte feminazi porque se están quedando sin criadas.








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