Escribiste un libro. No.
Escribiste diez libros. Uno cada año.
Buscabas la cura de nuestro insomnio.
Te sangraban los dedos,
conjurando hogueras.
Buscabas pócimas, para el
hechizo, en ese caldero mágico.
Lanzaste los muebles por la
ventana. En casa, te miraban raro.
Te revolvías el pelo, caminabas
de un lado a otro,
Animal enjaulado, enfermo en fase
terminal de la rutina.
Inercia de vida amable; dejarse
querer, sin elegir.
Sonidos mentales, cama deshecha.
Destierro de tu paraíso.
Perderse, perderse y perderse.
Buscarlo todo. El infierno.
Escribiste una canción. No.
Escribiste cuatro mil canciones.
Una cada día. Te subiste al
andamio. Cinco escaleras.
Un globo. Una noria. Manojo de
escarcha en tus manos.
En casa, te miraban raro. Ya no te entendían.
Igual nunca lo hicieron. Qué fácil
es no arriesgarse.
Las luces te ciegan. Qué fácil es
confundirse de canción.
Hablabas solo, loco, desesperado.
Fatigado de no encontrar.
Buscabas el mapa. Buscabas las
cartas. La palabra exacta.
No mediste. Te dio todo igual. Lo
arriesgaste todo.
Buscabas mi nombre verdadero.
Buscabas la cura de tu insomnio.
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