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Y antes de encender las luces del patio, hemos sacado la
basura.
Yo no te rescaté del lodo. Te rescataste tú solo.
Tú no me rescataste del laberinto. Salí yo sola.
Antes no veía muy bien. Me cegaba David Bowie
(las gafas de lejos, que se empañan).
Me hipnotizaba y yo pensé que quería ser princesa.
Pero no. Quiero subir escalones y bajar cuestas. Quiero ir
sin frenos.
Ahora tenemos perspectiva, hace viento, mucho viento.
Vamos despeinados, qué importa. Volemos la cometa.
Somos el ancla de un barco que encallaba en cada rompeolas.
Somos timón y timonel que ahora deciden hacia dónde.
Ventilamos la casa, olía a cerrado; a fantasmas, ya sabes.
Vamos a enfundarnos unos patines y, de la mano, quizá no caigamos.
Y si caemos, pues caemos. Qué importa. Sobrevivimos al naufragio.
Y a veces, los perdedores también ganan.
Quiero que otros locos recuperen la esperanza. Vivir no es
renunciar, sino soñar.
Sobrevivimos a la inundación, al miedo y al olvido.
Y qué importa si somo luz de otoño, mientras aún tengas el fuego.
Y qué importa si tenemos más años y menos pelo.
Hemos inventado un lenguaje nuevo. Uno distinto a todo.
Somos polisemia encriptada, acertijos en la distancia.
Yo no quiero ser princesa. Ni reina. Ni musa. Bájame del pedestal.
Quiero que Jim Henson se suba a mi escalón y me dé la mano.
Quiero que me enseñe a hacer marionetas y vivamos en un
circo de locos.
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